viernes, 8 de abril de 2016

El UCAM detrás de la estadística

"¡Pásala al portero!", se escucha habitualmente en La Condomina. Es un grito burlón, de disconformidad. Parte de la afición vive insatisfecha, desconfiada. Y hay quien no entiende los reproches a un equipo que es la mejor defensa en Segunda B (16 goles recibidos), solo superada a  nivel nacional por el Atlético de Madrid, y el que mejor ha aguantado el formidable ritmo del Real Murcia. Además, a falta de seis jornadas, ya ha ganado un partido más que en la pasada Liga y está a solo un triunfo de superar la puntuación de la 14-15. ¿Qué ocurre entonces para que, a pesar de todo, el equipo no convenza o solo lo haga a medias? Detrás de una crítica más caprichosa e ingrata, existe otra que merece ser atendida. Que no busca la queja, sino la mejor comprensión del juego. Por eso, para saber cómo es el UCAM y en qué contexto se maneja y se le exige, profundizaremos en tres aspectos: identidad, mentalidad y exigencia.


Identidad. Se trata de un aspecto muy interesante, ya que parece darse un choque de estilos. Esa fricción llega cuando la pretensión marca un camino y las mejores soluciones indican otro distinto. En este caso, cuando buscas dominar y disfrutas más en transiciones rápidas, o quieres ser generoso en la propuesta pero acabas siendo, ante todo, resistente. El riesgo de este choque identitario que podemos interpretar es la confusión y la frustración. El gran argumento sobre el que el UCAM ha construido su victoriosa trayectoria ha sido su rendimiento defensivo. Este ha sido excelente desde lo colectivo hasta lo individual, donde nombres como Fran Pérez, Checa o los porteros Escalona y Biel Ribas no conceden opciones a los rivales. Quizá sea esa fortaleza la que invite al equipo, en muchas fases, a ceder la posesión al rival, sin que le importe (aparentemente) que este tenga el balón. Son esos momentos en los que el UCAM parece ver esas otras soluciones, esos otros caminos para desbordar. 

Y es que el camino prefijado, el de la autoridad desde la iniciativa y el dominio de la pelota, no termina de asentarse. Con una mirada retrospectiva y global, el UCAM ha encontrado dificultades para dar lo mejor de sí mediante su ataque estático. Ha encontrado problemas para hacer fluida la circulación, sin encontrar la creatividad suficiente para que esa iniciativa se traduzca en desequilibrio. Este déficit (desequilibrar desde el colectivo) se ve compensado habitualmente desde lo individual. Nombres propios aportan esa lucidez y calidad para decantar partidos disputados. Los casos son variados, como Góngora ante el Betis B, Nono ante La Hoya Lorca en el Artés Carrasco, Aguilar ante el Granada B o Isi Ros ante el Cádiz. Evidentemente, y esa una constante en este análisis, en cada aspecto negativo podrá encontrarse otro positivo. Y al revés. Si podemos decir que colectivamente el UCAM tiene problemas, también hay que señalar que cuenta con jugadores que por sí solos pueden ofrecer soluciones que resuelven partidos. 

Además de las ya mencionadas transiciones y del desequilibrio individual, las otras alternativas ofensivas son el balón parado con el excelente golpeo de Góngora y la acumulación de jugadores de ataque. Este último recurso no solo fue usado en la última jornada, ante La Hoya Lorca, sino que ya fue empleado ante el Cartagena. Como decíamos al comienzo, comprobamos que el equipo sufriría una fricción entre lo prefiere hacer (ataque e iniciativa) y lo que mejor sabe hacer (defensa y transiciones). Es como si el UCAM quisiera ser el Barcelona, pero instintivamente se sintiera mejor en el papel del Atlético de Madrid, maximizando su rendimiento a través de su solvencia defensiva, el ataque con espacios abiertos y las jugadas a balón parado.

La última reflexión en este apartado tiene que ver con la evolución que ha vivido el equipo. Y la conclusión a día de hoy es que no la ha habido. Y eso es tanto bueno como preocupante, según la faceta del juego. Ya en la primera jornada de Liga, en casa ante el Sevilla Atlético, se vio a un equipo inabordable atrás (apenas dio opciones a Ivi, Borja Lasso, Carrillo...). Tiene un mérito brutal que ya en la primera jornada el equipo tuviera esa consistencia y que, además, la haya mantenido durante toda la temporada. El reverso negativo en este caso es que ese día el UCAM ya mostraba problemas para generar cerca de su área. También encontré los mismos síntomas en el UCAM 0-1 Mérida (5 de septiembre). El lunes siguiente, en 'Deportes COPE', comenté lo siguiente:
"Salmerón ya había comentado que el equipo necesitaba encontrar una mayor creatividad en ataque, y Jesús Rubio parece el indicado para ello. El UCAM no solo mandaba, también desequilibraba. Pero Jesús Rubio se fue diluyendo demasiado pronto y, con él, el equipo. En ese momento, el UCAM se pareció al que jugó ante el Sevilla Atlético. Tenía la iniciativa pero no encontraba las ideas. Quería pero no podía, o no sabía. Tocaba pero sin profundizar ante un Mérida muy seguro en su posicionamiento. Con la segunda parte, el UCAM apretó. Tuvo ocasiones claras, pero que llegaban a balón parado. Y que fueran a balón parado no es algo malo, pero sí era un ejemplo de que en elaboración al equipo aún le cuesta generar. El juego del equipo tiene aún cosas que ajustar. Cuando eres un equipo que quiere la iniciativa y quieres crear la tarea no es fácil".

Mentalidad. Además de ese conflicto en la identidad, o quizá como una cosecuencia de ello, el UCAM ha dado varias muestras de una mentalidad por momentos frágil. Con la mentalidad nos referimos a cómo el equipo afronta los malos momentos que se producen en algunas fases de los partidos. Cómo resiste ante esas dificultades, primero, y cómo las supera. También hablamos del control sobre sí mismo y, por tanto, del control que es capaz de ejercer sobre el rival y el juego. En este sentido, el UCAM ha mostrado momentos de dudas e inseguridad. También  ha sufrido vértigo. Quizá lo más preocupante sería que los goles recibidos pueden ser tan mal digeridos como los que se anotan. Ante el Jumilla, al UCAM le dejó aturdido verse por detrás en el marcador y comenzó a sentirse inseguro. Solo una semana después, la desconexión llegó cuando el equipo ganaba 1-0 ante el Betis B. Salmerón lo explicó entonces por el temor a perder la ventaja lograda cuando los puntos empiezan a ser tan importantes. De este modo, uno observa que el UCAM puede desestabilizarse anímicamente con una peligrosa facilidad. Una vulnerabilidad delicada pensando, sobre todo, en los 'play-offs'. 


Exigencia. Muchos no comprenden que se critique al equipo o que la afición se muestre disgustada. La razón usada son los números: los resultados y la clasificación. Es una razón válida, pero que supone una explicación complaciente sin otras razones más. Si la estadística fundamenta el juicio, ¿de qué sirve ver los 90 minutos de cada partido? Bastaría con repasar cada domingo por la noche los marcadores de la jornada. Si no se puede cuestionar el juego (o algún aspecto del juego) de un equipo por los óptimos resultados, esos 90 minutos no tendrían sentido. Y no solo sí tienen sentido, sino que son fundamentales. No se trata de cuánto se gana, sino también de cómo. Es importante la meta, pero también el camino. Por eso, afear la crítica en base a los resultados es caer en un simplismo que, como ya ven, no compramos aquí.

Y si hablamos de la estadística como argumento de defensa ante la crítica, también se expone otro más: la categoría. Es cierto que esto es Segunda B, con todo lo que ello supone en cuanto a recursos y nivel, pero eso no tiene que rebajar una exigencia que nace del propio club. Exigencia en cuanto a rendimiento y estética. Fue el mismo José Luis Mendoza el que, a comienzo de temporada, afirmó que quería que su equipo diera espectáculo en casa, que jugara con un 4-2-4. Que un 4-4-2 está bien, pero cuando se juega fuera. Y Salmerón, en su presentación, asumió el reto de cumplir los objetivos a través de "un equipo equilibrado, que vaya a por los partidos con un juego combinado". El propio técnico ha defendido que su equipo propone mucho, con los laterales incluso "pisando a los extremos".

Así, el entrenador ha ido reforzando la filosofía que se autoimpone el club. Es por ello que, aun siendo Segunda B, cabe un nivel de exigencia mayor. Queda justificado que se examine con atención esa faceta más creativa y vistosa del juego aunque se valoren con justicia los resultados. Porque la exigencia va en función de la pretensión, y eso no implica una crítica no realista, supuestamente maleducada con el fútbol de élite, pues ante La Hoya Lorca esa misma afición local aprobó los primeros minutos. O en el comienzo ante el Betis B. Y sí, es Segunda B y eso repercute en la calidad ofensiva, pero también defensiva. Porque también se necesita de ciertas calidades para defender: técnica, táctica, física... No solo es juntar a muchos jugadores y que corran mucho. Es equilibrio posicional, disciplina o concentración. Al final, hay un reequilibrio de fuerzas (ataques y defensas de la misma categoría).


Cuando hablamos de la importancia del balón parado, de la dificultad que tiene llevar el peso del partido, sea la categoría que sea, o de lo complejo que es controlar las emociones, somos conscientes de que son obstáculos inherentes al propio fútbol y a la competición. No se pretende focalizarlos en el UCAM, como si fuera un problema particular. Se trata solo de exponer algunas reflexiones que intentan aproximarse lo mejor posible a las fortalezas y debilidades del equipo. De entender que el fútbol no solo es estadística. Por suerte.



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