viernes, 20 de noviembre de 2015

Un círculo cerrado

La tuve siempre ahí, cruzando la calle. Estaba ya, vestusta, cuando yo nací. Testigo de los mejores años, los 80. Pero tuvo que ser mucho después, en los peores momentos, cuando la descubrí. Cuando descubrí el fútbol, en realidad. Cuando descubrí la Liga de las Estrellas. Cuando descubrí las carreras como estampidas de Ronaldo, el instinto y olfato de Raúl,  las botas blancas y habilidosas de Alfonso, la zurda exquisita de Rivaldo... En la temporada 1996-97, el fútbol llegó para quedarse conmigo, cuando completar al álbum de cromos era un desafío, cuando Estudio Estadio me presentó al Eibar o cuando un 0-0 entre Extremadura y Hércules podía ser, pese a todo, un partido divertido.

Pero detrás del brillo y los reflejos, había una realidad más terrenal. Que permitía oler el césped mientras un equipo aún desconocido se remangaba en la modestia. O escuchar un himno que apenas podías entender, pidiendo ser desempolvado como el equipo mismo. Yo aún ignoraba que ese club venía de su peor momento: el descenso a Tercera división. En realidad, lo ignoraba todo. No recuerdo cómo surgió o porqué no pasó antes. Quizá solo pasó cuando tuvo que pasar, sin mayor explicación. En abril de 1997, pisé por primera vez La Condomina. Acompañado de mi abuelo, nos situamos en la Grada Lateral, próximos al Fondo Norte. Como si hubiera que recuperar el tiempo obviado, me llevó dos veces aquel mes. Fueron dos derrotas: 1-3 ante el Nástic y 1-2 ante el Elche. Reconozco que los resultados nunca se me olvidaron, pero los rivales me bailaban (¿Figueres, quizá?) hasta que tiré de hemeroteca.

Recuerdo que ante el Elche pensé: "Bueno, hoy ha ido mejor que la otra vez. Derrota, pero por la mínima. A ver si hay suerte otro día". La siguiente visita ya fue en la última jornada. Sin nada en juego (el Murcia acabó en mitad de tabla), visitaba La Condomina el Espanyol B. Para despedir la temporada mi abuelo y yo nos dimos un 'lujo': subirnos a la Tribuna Alta. El partido acabó 0-0 y con  pocas emociones que recordar. Así acababa el campeonato y mi balance particular: dos derrotas y un empate sin goles. No me desanimó. Incluso, en mi inocencia, una mañana pedí ir a La Condomina para ver al Murcia. Todos me insistían en que era el Imperial, pero mi argumento era firme: "En el cartel pone 'Real Murcia Imperial'. O sea, que puede poner Imperial o lo que sea, pero es el Real Murcia". El caso, confundido o no, es que acabamos yendo y disfrutando de un espectacular 4-3.

Pasaron los años, las temporadas y las plantillas. Vi los últimos minutos como grana de Aquino, el desparpajo brasileño de Reginaldo, la hiperactividad del menudo Arroyo, las canas y goles de Cuxart, las incontrolables entradas desde la izquierda de Aguilar, la voracidad de Loreto... En La Condomina viví la decepción de los 'play-offs' de la 98-99 y el susto de los de la 99-00. Disfruté con el Murcia de Pepe Mel (¿dónde estará aquel 5-0 al Sporting?), me aburrí con el de Braojos (¿alguien ha quemado ya cualquier resto del aquel 0-0 contra el Eibar?) y me emocioné con el de David Vidal. La salvación contra el Jaén y Acciari. El ascenso ante el Levante y otra vez Acciari. Aquel 4-3 ante el Deportivo seguramente sea la eliminación más dulce que podré vivir.

Todos esos momentos y otros más se concentraron el 11 de noviembre de 2006, hace casi nueve años exactos. Nueva Condomina esperaba ante la ilusión de un futuro próximo con más grandeza que miseria. La Condomina se despedía y había que darle las gracias y desearle un descanso en paz. La despedida no pudo ser dulce. El Murcia perdió 0-1 ante el Poli Ejido, lo que no fue obstáculo para el ascenso final. Mi último partido en La Condomina acabó como el primero, con una derrota. Así se cerraba un círculo. Un círculo personal. Ya no habría un próximo día para ganar. No ahí.

El adiós resultó ser un hasta otra. Ahora, La Condomina recibe como visitante al Real Murcia. Quizá mereció la pena la mudanza a NC para poder vivir, ahora, un momento tan extraño y a la vez especial. Quizá la UCAM deba ser agradecida por permitir, de modo indirecto, un reencuentro casi espectral. O quizá, simplemente, La Condomina nunca debió dejar de ser el hogar. Quizá un chalet no siempre es la mejor idea. Quizá un piso en el centro puede ser el mejor refugio para recordar, luchar y soñar.

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